AQUELLOS AÑOS INOLVIDABLES
Tal vez sea por la edad o quizás por la añoranza, pero cada vez hecho más en falta aquellos años de paz, tranquilidad y felicidad. Aquellos años en los que la vida parecía detenerse, en donde una hora, no eran sesenta minutos, si no que era algo más, mucho más, casi toda una eternidad.
La calle Cristo, donde me crié o cualquier otra calle de mi pueblo, Salobreña eran remansos de jolgorio y juego, mucho juego. La vida transcurría entre el devenir de...l campo, las fábricas de azúcar y la playa. Sus gentes, laboriosas y trabajadoras, sabían cuándo había que parar y sentarse en la puerta de la casa junto a la familia, los amigos y por qué no los conocidos, pues todos éramos conocidos en el pueblo.
Los niños jugábamos en plena calle, sin miedo a nada o casi nada, no había coches, ruidos, televisión, teléfonos, solo había murmullo; espléndido murmullo de palabras calurosas y con mucho sentido hacia el próximo. Tertulias, miradas, abrazos, besos, en definitiva amor mucho amor.
Tal era el ambiente que se respiraba, que en plena tarde-noche de primavera o verano, mi Tío Modesto daba un silbido desde la puerta de la casa y mi Primo Pepe Luis y yo, que estábamos en lo alto del Postigo, sabíamos que era la hora de regresar.
El ambiente siempre estaba impregnado de olores, el olor a caña recién molida, el olor a jazmín, buganvillas, geranios y a coles, sí a coles; pues cada vez que María la Estanquera guisaba puchero de coles, venía ese olor inconfundible a puchero con su oreja, rabo, tocino y morcilla de Manuela o Elvira.
Muchas veces me pregunto si cualquier tiempo pasado fue mejor y la respuesta siempre es la misma, por supuesto que fue mejor en ese instante vivido. Ya que a las vivencias hay que añadir las querencias y son muchos los que me faltan, mis abuelos, mi querida abuela Laura, mi Padre, mi Madre, mi Hermana Amparo y tantos amigos que se fueron quedando en el camino.
La vida es eso, pequeños retazos de nuestra historia que nos ayudan a seguir cada día adelante, sin apenas reparar en el pasado, pues si así fuera, aún seguiría sentado en el borde de la acera en mi querida Calle Cristo y viendo pasar el tiempo y sus gentes.
Pasan los años, pasa la gente, el pueblo cambia, pero mi sentimiento sigue inalterable y mi recuerdo por aquellos tiempos sigue diciendo….Siiiiiiiii me gustaría poder volver a vivir así.
Tal vez sea por la edad o quizás por la añoranza, pero cada vez hecho más en falta aquellos años de paz, tranquilidad y felicidad. Aquellos años en los que la vida parecía detenerse, en donde una hora, no eran sesenta minutos, si no que era algo más, mucho más, casi toda una eternidad.
La calle Cristo, donde me crié o cualquier otra calle de mi pueblo, Salobreña eran remansos de jolgorio y juego, mucho juego. La vida transcurría entre el devenir de...l campo, las fábricas de azúcar y la playa. Sus gentes, laboriosas y trabajadoras, sabían cuándo había que parar y sentarse en la puerta de la casa junto a la familia, los amigos y por qué no los conocidos, pues todos éramos conocidos en el pueblo.
Los niños jugábamos en plena calle, sin miedo a nada o casi nada, no había coches, ruidos, televisión, teléfonos, solo había murmullo; espléndido murmullo de palabras calurosas y con mucho sentido hacia el próximo. Tertulias, miradas, abrazos, besos, en definitiva amor mucho amor.
Tal era el ambiente que se respiraba, que en plena tarde-noche de primavera o verano, mi Tío Modesto daba un silbido desde la puerta de la casa y mi Primo Pepe Luis y yo, que estábamos en lo alto del Postigo, sabíamos que era la hora de regresar.
El ambiente siempre estaba impregnado de olores, el olor a caña recién molida, el olor a jazmín, buganvillas, geranios y a coles, sí a coles; pues cada vez que María la Estanquera guisaba puchero de coles, venía ese olor inconfundible a puchero con su oreja, rabo, tocino y morcilla de Manuela o Elvira.
Muchas veces me pregunto si cualquier tiempo pasado fue mejor y la respuesta siempre es la misma, por supuesto que fue mejor en ese instante vivido. Ya que a las vivencias hay que añadir las querencias y son muchos los que me faltan, mis abuelos, mi querida abuela Laura, mi Padre, mi Madre, mi Hermana Amparo y tantos amigos que se fueron quedando en el camino.
La vida es eso, pequeños retazos de nuestra historia que nos ayudan a seguir cada día adelante, sin apenas reparar en el pasado, pues si así fuera, aún seguiría sentado en el borde de la acera en mi querida Calle Cristo y viendo pasar el tiempo y sus gentes.
Pasan los años, pasa la gente, el pueblo cambia, pero mi sentimiento sigue inalterable y mi recuerdo por aquellos tiempos sigue diciendo….Siiiiiiiii me gustaría poder volver a vivir así.
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