LAS TIENDAS DE ANTES
¿Tiendas? Tiendas eran las de antes. Hace ya tiempo que las tiendas dejaron de ser un lugar donde se amontonaba mercadería y pasaron a ser una suerte de catedrales, en las cuales se busca espectacularizar el proceso de compra, transformar en sagrado lo pagano.
Mis recuerdos son las tiendas de antes, las de toda la vida, las de los vecinos, los amigos o conocidos, aquellas en las que te sentías como si estuvieras en casa, pues todos se hacía con la confianza y ternura que hoy se ha perdido.
Hoy se está más pendiente del parking para dejar el coche, del carrito de la compra que se va para todas partes y de los empleados, que aunque hay muchos, nadie te dice buenos días, ni te preguntan cómo has pasado esa gripe puñetera de estos días. De otro lado, necesitas un croquis para saber dónde están las lentejas o cómo encontrar el azúcar.
En mi pueblo, Salobreña, había variedad y cantidad de tiendas, yo diría que algunas estratégicamente situadas para que no tuvieses que andar mucho, aunque he de reconocer que la mayoría se congregaban en la calle Cristo, eje central del pueblo en aquella época de los 60.
Justo en el Portichuelo, pared con pared con la casa de mi Abuela Carmen, estaba la Posada Pineda, que como su nombre indica, aceptaba bestias y acompañantes, la buena de Angustias atendía una minúscula tiendecilla con poco género, pero el suficiente para atender cualquier necesidad. Ya comenzada la calle Cristo, teníamos la tienda de Antoñico Díaz, que nunca supe cómo había puesto el negocio frente con frente de Concha la del Morenico, otra tienda con muchos clientes.
Hay que recordar que las tiendas de antes eran todo un bazar de múltiples cosas, ya que aparte de alimentación, podías comprar unas alpargatas, un botijo, un cubo, una tinaja y un sinfín de útiles tan necesarios para la vida de entonces. En ellas se vendía todo a granel, el aceite, los garbanzos, las habichuelas, el azúcar y el moyuelo, tan usado en aquellos tiempos.
Seguíamos con la tienda de Santiago Romera, justo antes de subir para el barrio de las chozas, ya en mitad de la calle estaba la tienda de mi Bisabuela, Teresa Montes y que se había quedado con ella mi Tía María, cuánto disfruté en esa tienda jugando y viendo cómo se atendía a la gente, parece que estoy viendo el lebrillo lleno de garbanzos en remojo que cada día presidía el mostrador o la caja de madera repleta de arenques.
Más abajo, justo frente a mi casa, estaba la tienda de ultramarinos de Pepe Hernández y digo ultramarinos, pues fue de las primeras que podías comprar toda clase de latas en conserva, el jamón recién cortado, la mantequilla Lorenzana que me compraba a granel mi Abuela Laura y que tanto me gustaba.
Casi al final de la calle, frente al taller de Calderay estaba la tienda de la buena de Purica y así llegabas a la Pontanilla, todo un recorrido comercial por la calle más visitada de todo el pueblo.
Tiendas de antes, en donde se vendía de todo y además a cualquier hora, pues la puerta siempre estaba “encajá” (abierta) y la gente compraba a crédito, pues aún recuerdo a mi tía María apuntar en aquella libreta para cobrar cuando terminaba la campaña de la caña de azúcar, se arrancaban las habichuelas o las papas no se habían helado.
Alguien dijo que la vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse y yo tengo que reconocer que cada vez hecho más de menos las tiendas de antes.
PD. La foto es del Grupo “Hecho en Salobreña”